martes, 12 de octubre de 2010

En silencio... se ama




La vida es un concierto.
Su música sólo dura el tiempo que tardan las notas en expirar en el aire. Cuando termina el concierto, único e irrepetible, los instrumentos vuelven a sus sarcófagos, de donde sólo volverán a salir para interpretar una nueva música, tal vez la misma, pero nunca igual. Hay vidas que esconden su último trance entre la algarabía apoteósica de toda la orquesta, mientras que otras caminan tranquilas hacia la nota postrera, delicada como un suspiro casi imperceptible, que anunciará su extinción. Cuando el concierto concluye con el fragor de todos los instrumentos, el público tiende a aplaudir antes de que la música haya cesado del todo. La ovación se encadena, así, con las notas enardecidas que aún vibran en el aire. Sin embargo, cuando la interpretación se consuma con una de esas notas tenues y solitarias del último instrumento en activo, la audiencia suele guardar un segundo de silencio antes de proceder a la aclamación.

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