martes, 28 de junio de 2011

Improbable, no imposible.



La Real Academia define la palabra imposible como algo que no tiene facultad ni medios para llegar a ser o suceder. Y define improbable como algo inverosímil, que no se funda en una razón prudente. Puestos a escoger a mí me gusta más la improbabilidad que la imposibilidad, como a todo el mundo, supongo. La improbabilidad duele menos y deja un resquicio a la esperanza, a la épica. Que David ganara a Goliat era improbable, pero sucedió. Un afro americano habitando la Casa Blanca era improbable, pero sucedió. Nadal desbancando del número uno a Federer, una periodista convertida en princesa, River en segunda división, el amor, las relaciones, los sentimientos, no se fundan en una razón prudente; por eso no me gusta hablar de amores imposibles si no de amores improbables. Porque lo improbable es, por definición, probable. Lo que es casi seguro que no pase, es que puede pasar. Y mientras haya una posibilidad... media posibilidad entre un millón de posibilidades de que pase, vale la pena intentarlo.

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