Los sindicatos, al menos en los
países avanzados, comparten la preocupación de las empresas por mantener la
producción en marcha. Su motivación es diferente, pero el objetivo es el mismo.
Para el fabricante, la producción es un medio de mantener sus utilidades; por
eso quiere mantenerla. Los sindicatos desean lo mismo, para conservar a sus
afiliados. De este modo, la organización sindical se ha convertido
prácticamente en aliada de la patronal para el mantenimiento de este sistema de
corrupción popular. Y cada una necesita de la otra, porque ambas se encuentran
frente al mismo insoluble problema que afecta al capitalismo actual: el que,
con las actuales fuerzas productivas, puede producirse lo suficiente para
solventar las necesidades de toda la población, sin necesidad de que haya
millones de dólares de ganancia ni millones de personas trabajando.
La filosofía de la
"solidaridad eterna", sobre la que se edificó el movimiento obrero,
parece estar hecha polvo. También está hecho polvo aquello de "Trabajadores
del mundo, uníos". La actitud del movimiento sindical organizado en países como Chile es, en esencia, la misma que los ocupados observan en general
hacia los cesantes dentro del propio país. Se les puede arrojar un hueso de
vez en cuando, pero si lograran realizar algún progreso positivo, se
convertirían en una amenaza para los que aún mantienen sus empleos. El
sindicalismo organizado, por ejemplo, suele oponerse a las importaciones
extranjeras, al desarrollo independiente de la economía de los países
subdesarrollados, a las presiones de su propio gobierno tendiente a impedir
cualquier política proteccionista de aquéllos, y está dispuesto a actuar
incluso como fuerza contrarrevolucionaria frente a cualquier cambio de tipo
revolucionario que se opere en un país subdesarrollado.
Los funcionarios del gobierno,
los dirigentes sindicales, y los profesionales universitarios a los que los
primeros contratan para valerse de su capacidad mental, dedican gran parte de
sus esfuerzos a la búsqueda de planes que permitan la ocupación plena. Pero
cualesquiera sean los planes que elaboren, se trate de la semana de 30 horas,
de nuevos y mejores planes de reciclaje o de enormes proyectos de obras
públicas, están colocados en un callejón sin salida. La sociedad toda marcha
hacia la plena desocupación, y no hacia la plena ocupación.
Y es que quizá vaya siendo hora
de reinterpretar la antigua referencia a "los lirios del campo", que
ni hilan ni trabajan...
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